viernes, 31 de julio de 2009

Instrucciones para sacarle la piel al tomate


Para sacarle la piel a los tomates, primero pedir una olla con agua, y poner a hervir. Lavar cada tomate con las yemas de los dedos, mirarlos, seleccionarlos, y soplarlos. Cerrar el agua y secarse apenas las manos en un repasador. Tomar un tomate, quitarles los extremos, observar con detenimiento si debe ser limpiado con mayor profundidad y tirar dentro de la olla, haciendo salpicar apenas, sin llegar a volcar ni una gota fuera, dejando hacer “plop” a las burbujas a punto de hervir.
Tras cada tomate que se pone en la olla, dar media vuelta y perderse entre la sal y la pimienta, tropezar con algo como pimentón, y quedar del derecho para tomar otro tomate.
Tapar, y condimentar lo otro que esta en el fuego, que yo por ahora no puedo saber qué es porque estoy más concentrada en la técnica del sacado de la piel del tomate.
Una vez que el agua ha hervido destapar y tomar un tenedor, puede ser el paso más peligroso, pero si se sabe jugar, la pesca de los tomates es todo un éxito. Posarlos sobre la tabla de madera, y con un cuchillo atorrante cortarlos a lo largo de manera de que queden cuatro bastones. La idea de la forma bastón entiendo yo es para facilitar la quita de semillas, lo supongo porque no pregunto nada, me limito a observar, a tratar de seguir los movimientos, memorizando cada paso, tratando de registrar si hay secreto. Pero no, aparentemente no lo hay, se cubetean y se empujan con la cuchara de madera al salteado que era lo otro que estaba en el fuego.

jueves, 16 de julio de 2009

Colección: Cuentos para insectos niños.


Las otras noches Marta andaba inquieta, pegaba un ojo y se le abría el otro, daba vueltas y vueltas sobre la cama enredándose entre la sábana de pastos.
Le inquietaba la luna, Marta siempre había tenido fascinación por el cosmos y así era como pasaba atardeceres inmensos tratando de no quedarse dormida para ver la llegada de las primeras estrellas y por supuesto, de ella, la Luna. Por culpa de aquel satélite natural ya contaba con algunos retos en su haber, pero eso no la detenía en su afán de mantenerse despierta durante la puesta del sol.
Esa noche casi que lo había logrado, pero por un instante el recuerdo de los subibajas de la plaza, los copos de nieve azucarados y los saltos trampolín en el arenero le habían robado el sueño. ¡Sólo por un instante! pensó exaltada y se despertó con gotitas de sudor empapándole la frente. Al despertarse el sol se había ido y la noche ya había empezado.
La luna se asomaba poco tímida por la entre las hojas cobertoras, se hacía notar, era muy hermosa. Sin embargo, Marta se inquietó. Para Marta la luna estaba inflada y corría riesgo de explotar. Tan redonda, tan brillante, tan, tan inflada, pensaba Marta y abría y cerraba los ojos por miedo de mirar pero con ganas de ver. Y allí estaba la luna llena, toda entera, desfilando por el cosmos y seduciendo planetas. Conquistando universos y develando luciérnagas. Marta se cobijó con las antenas de revés y tapó sus píes, tras algunos bostezos lentos volvió a jugar con los subibajas haciendo morteros desde el trampolín del arenero.