lunes, 7 de diciembre de 2009

Platz no autorizado


Platz vio las curvas que lo abrazaban aquella mañana, y su aliento marco el ritmo del despertar, lento. La cabeza reposaba sobre su pecho, sentía sus piernas enredadas, ella estaba calida y el contacto con las sábanas abrigaba los espacios de desnudez. El bajo su mano, apenas rozaba su brazo, y tomó la de ella, apenas la apretó, seguía durmiendo. Ergio su espalda hasta quedar cara a cara, a la altura de la nariz. Platz respiro su aliento, una vez, dos veces, y cerro los ojos, su mano siguió el recorrido que su instinto animal y carnívoro indicaban. Apoyó su pulgar en su ingle, y prendió el resto de sus dedos en uno de los cachetes de su cola, la apretó con tensa presión, a ella no le dolió, y el volvió a apretar.

miércoles, 2 de diciembre de 2009


Con el sonido del play recordé mi primer viaje hace no mucho tiempo, meterse en los rincones de otras ciudades puede hacerte conocer tus propios miedos. Y así fue que conocí los mío, y ante el desafío de poner el cuerpo, no afloje las piernas y me baje del bus. Entrarse en la vida de una persona tiene más que ver con los detalles cotidianos que con los shows de una barra y una buena bebida, porque las luces de los bares tienen photoshop y el amor pareciera retocarse cuando suena algún rock. Una vez me dijeron que era insoportable al haber notado como detalle romántico que la chica pasaba el trapo en la mesada, pero yo me había enamorado de sus manos, sus dedos apenas flexionados que ejercían una mínima presión sobre la rejilla amarilla. Me perdí en ese movimiento, y son muchos los que se me pierden algunos días, creo que por eso cuando me sumergí en ese minuto 4 segundos de cotidianeidad en formato digital me volví a enamorar de sus dedos, de sus manos que simulaban un tambor en sus rodillas. Y esos movimientos se repiten en variadas tareas, cuando marca el teléfono, cuando busca sus lentes de contactos, cuando prepara el mate, cuando busca plata en la billetera, cuando se sirve agua, cuando me dice buenos días y me insinúa un revolcón, cuando me toma la mano, cuando corta las verduras, cuando le paga a la cajera, cuando apaga la luz, cuando se pone la remera, cuando apoya su cartera, cuando me dice que va al baño, cuando le pone el barral al auto, cuando cierra el capot, cuando me explica que las palomas son ovíparos, cuando me hace la merienda, cuando me pregunta por la bicicleta, y hasta cuando me dice adiós.